Manifiesto por una Educación y una enseñanza Animalistas

I. El especismo justifica el maltrato y la explotación de los animales no humanos, justifica la consideración de éstos como simples cosas al servicio de los intereses y necesidades de los animales humanos. Y lo hace basándose en algunos atributos de la especie humana que están ausentes en los no humanos. Pero la igualdad moral, la obligación que tenemos como agentes morales de considerar moralmente a otros seres y tratarlos como iguales desde el punto de vista moral, no se basa en las diferencias reales: las evidentes diferencias entre varones y mujeres no justifican la desigualdad de consideración moral y ética. La  frontera moral trasciende la especie humana para dar cobijo a aquellos animales no humanos que pueden verse afectados por nuestras acciones.


El “derecho” a la consideración moral no se detiene en el límite de la especie humana, en la frontera entre animales humanos y no humanos. Tal “derecho” no es un derecho jurídico y no está por tanto condicionado por el hecho de que su titular sea o no agente moral.  La igualdad moral, más allá de las diferencias de especie, sexo, raza, etc, lo que plantea es lo siguiente: el trato de que puede ser objeto cualquier ser por parte de otro no debe atentar contra sus intereses. Y el interés que compartimos la mayoría de animales (humanos y no humanos) es la evitación del sufrimiento y el dolor innecesarios, la aspiración al bienestar y a la supervivencia. Los animales no humanos comparten con nosotros numerosas capacidades, y entre ellas la de sufrir y disfrutar. Este hecho debería llevarnos a una reflexión y replanteamiento en profundidad de nuestra relación con ellos. Que los animales no puedan ser agentes morales, no implica que no deban ser objetos de consideración moral y tenidos por iguales desde el punto de vista moral, por aquellos que sí tienen la capacidad de ser agentes morales: animales humanos adultos, mentalmente sanos y moralmente formados.

La igualdad moral se basa en la obligación que tienen los agentes morales de tomar en consideración los intereses de cualquier ser  en igualdad con cualquier otro que tenga los mismos intereses.


 Desde el punto de vista de la ética práctica, lo que exige esta consideración de iguales desde el punto de vista moral, dependerá de las característica de aquel ser al que afecten nuestras acciones: la aspiración al bienestar de los niños pobres africanos nos exigirá una acciones concretas, mientras que la aspiración al bienestar de los toros, nos exigirá otras acciones distintas. Pero las características concretas del interés de cada ser, debido a sus diferencias reales respecto de otros, no excluye a los toros de la esfera de la moral y la ética por parte de quienes pueden regular sus acciones por razones éticas y morales. La superioridad física (o intelectual) no justifica el maltrato que damos a nuestros semejantes. Tampoco debe hacerlo cuando son los animales no humanos los que sufren a causa de nuestros actos.


Por todo ello, el tema del trato dado a los animales debe ser incorporado a  la formación de los seres humanos como agentes morales, a la educación en valores y a la reflexión ética, a igual título que la no violencia o la igualdad de género. El especismo es por tanto tan condenable como el machismo y la xenofobia.

La exclusión especista de los animales no humanos del campo de la moral y la ética hace que éste quede en entredicho. Si una clase de seres – los animales no humanos- dignos de consideración moral pueden ser objeto de maltrato, nos exponemos a que las otras fronteras morales tan arduamente derribadas (sexo, raza, edad, salud, clase,…) vuelvan a ser levantadas y pueda ser justificada cualquier forma de violencia. “Fortalecer sus capacidades afectivas en todos los ámbitos de la personalidad”; “rechazar la violencia de cualquier tipo”; “resolver pacíficamente los conflictos” o “adquirir una conciencia cívica responsable que fomente la corresponsabilidad en la construcción de una sociedad justa y equitativa”, todos ellos objetivos  educativos según la LOE,  pueden ser inalcanzables con la exclusión de los animales no humanos y la posibilidad de ejercer sobre ellos la violencia y el maltrato. La inclusión de los animales no humanos en el campo de la reflexión ética es un paso necesario para lograr la consistencia de cualquier proyecto moral. “El progreso moral de una nación puede ser juzgado por la forma en que trata a sus animales” (M. Gandhi)

II. Pero no se trata sólo de “educación en valores”. Necesitamos también una enseñanza animalista.
Un entramado de distintas influencias religiosas y filosóficas ha favorecido que los seres humanos hayamos podido usar a los animales no humanos como cosas. De ellos nos hemos servido y nos servimos para el transporte, la agricultura, la alimentación, la investigación y la experimentación, así como para el ocio y el entretenimiento. Y sometiéndolos, en muchos casos, a las más penosas condiciones de existencia imaginables. Hay que rechazar totalmente esa actitud prepotente frente a los demás seres vivos que, desde la Biblia hasta Kant, los considera simples objetos puestos en el mundo para satisfacción de las “necesidades del hombre”.

Son tantas nuestras actitudes y prácticas que coadyuvan al sufrimiento de los animales, que apenas si nos damos cuenta. Eso se debe en gran parte a una enseñanza que recurre a la información sesgada, la falta de información e incluso la mendacidad. Es necesario que junto a una educación animalista, no especista, la enseñanza que reciben los niños y jóvenes les provea de conocimientos veraces y rigurosos sobre la situación real de los animales en nuestra sociedad y en el mundo.

Si bien entre los objetivos de la L.O.E. se incluyen “valorar los animales…y adoptar modos de comportamiento que favorezcan su cuidado”, se refiere sólo a los “más próximos al ser humano”. En efecto, nuestra sociedad tiende a fomentar en los niños el trato afectivo y la compasión con los llamados “animales de compañía”, perros, gatos y otras “mascotas”, olvidando a otros animales tanto o más “próximos al ser humano”, por razones de su domesticidad (como las vacas, los cerdos, las gallinas y pollos) o por razones filogenéticas (como los simios) Ahora bien, muchos de esos animales son sometidos en nuestra sociedad a unas condiciones de vida y a unos sufrimientos  de una escala nunca jamás imaginados por cualquier otra “civilización”.

Se ha decidido correr un espeso velo de ignorancia sobre la mala vida y el sufrimiento de los animales no humanos: utilizados en espectáculos o exhibiciones; perseguidos y matados por cazadores como forma de ocio; dedicados a la producción de alimentos y a la investigación y experimentación (psicológica, médica y farmacéutica)…. Una ignorancia muy similar a la que todavía pesa sobre la situación de pobreza de gran parte de la humanidad y, sobre todo, de sus causas.

La “sensibilidad” de los niños es halagada con estampas idílicas sobre la vida de “pollitos, cerditos y vaquitas”, mientras se les oculta la vida de sufrimiento de esos animales que hace posible que  “mami” les de a comer esa carne (en cantidad por lo demás innecesaria y que tienden a rechazar)  comprada en el “super”. A los niños y jóvenes se les bombardea con atractivas imágenes de la “vida salvaje”, pero no sabe nada sobre el origen de la carne, la leche y los huevos de los que se alimenta. Los niños y jóvenes tienen derecho a conocer las condiciones en que vivió el animal que ahora se le ofrece en el plato.

Pero también tienen derecho a saber que el consumo de tanta carne no es lo más saludable e incluso que no comer carne no es peligroso. Tienen derecho a saber que la producción de esa carne se logra a cambio de un inmenso despilfarro de energía y se basa en una utilización completamente ineficaz de los recursos naturales. Deben saber que la mayor parte de la superficie cultivable del planeta se dedica a producir cereales con destino a la industria cárnica. De esa forma, se puede alimentar con dietas hipertrofiadas a una parte de la humanidad, mientras se mantiene en la pobreza y el hambre al resto - ¡la  gran mayoría! - de la humanidad.

Es necesario que ese conocimiento forme parte de la formación del consumidor responsable. La moral, la justicia social y la explotación racional de los recursos naturales están íntimamente ligados.

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