“Habíamos recorrido más o menos la mitad de este valle cuando decidí detenerme para fumar un cigarrillo. Me acerqué a un pequeño remanso parecido a un espejo negro, rodeado de peñascos, elegí una piedra seca y lisa donde sentarme, apagué la linterna y me senté a saborearmi cigarrillo. Los rayos de las linternas de mis acompañantes centelleaban entre las rocas mientras continuaban subiendo por el valle y el 'chapoteo de sus pies en el agua no tardó enperderse entre numerosos sonidos nocturnos que me rodeaban. Cuando terminé de fumar, hice saltar la colilla en el aire y la vi describir un arco, como una luciérnaga, y caer en la charca, donde se extinguió con un silbido. Casi inmediatamente, algo saltó al agua con un fuerte chapoteo y enla superficie negra y lisa aparecieron mil rizos plateados. Encendí con rapidez mi linterna y enfoqué el agua, pero no vi nada.
Entonces dirigí el rayo hacia las rocas cubiertas de musgo que formaban el borde de la charca y allí, a menos de un metro de donde yome encontraba, sentada en el mismo borde de una roca, estaba unagran rana reluciente de color de chocolate, con las gruesas ancas y elcostado recubiertos de una espesa maraña que parecía pelo.
Al cabo de tanto tiempo había llegado a estar frente a frente con una rana peluda, después de oír siempre que no existía; tras muchas horas de inútil búsqueda había tenido al animal a mi alcance y, por culpa de mi estupidez, lo había dejado escapar. Trepé a un alto risco para ver dónde sehallaban mis cazadores; vi centellear sus linternas a pocos kilómetros valle abajo y proferí elgrito prolongado que usaban ellos para comunicarse entre sí. Cuando me contestaron, les conminé con voz estentórea a volver cuanto antes porque había encontrado el buey que estábamos buscando. Entonces bajé de la roca y examiné cuidadosamente la charca, que debíamedir unos tres metros de longitud por dos de anchura en el punto más dilatado. Se alimentaba y vaciaba mediante dos canales muy angostos entre las rocas y decidí que si los bloqueábamos yla rana continuaba en la laguna, existía una buena posibilidad de volver a capturarla. Cuandollegaron mis jadeantes cazadores, y les expliqué lo ocurrido, hicieron chasquear los dedos ygruñeron de rabia al oír que la rana se había escapado. Sin embargo, pusimos en seguida manos a la obra y no tardamos en bloquear los canales de entrada y salida de la charca con montones depiedras planas. Entonces dos de los cazadores se situaron sobre las rocas y dirigieron nuestrabatería de linternas hacia el agua para poder trabajar con luz. Primero medí la profundidad delagua con el largo mango del cazamariposas y comprobé que era de unos sesenta centímetros; elfondo consistía en grava gruesa y piedras pequeñas, un terreno que ofrecía múltiples esconditespara la rana. Jacob, yo mismo y dos cazadores nos desnudamos completamente y nos deslizamos en el agua helada; Jacob y yo en un extremo de la laguna y los dos cazadores en el otro. Con gran lentitud avanzamos hacia el centro, doblados por la cintura para tocar y remover con los dedosde manos y pies todas las piedras del fondo. Al poco rato, cuando llegamos al centro de la charca,uno de los cazadores profirió un chillido de alegría y agarró como pudo algo que se movía en el agua, casi perdiendo el equilibrio y cayendo de bruces.
-¿Qué pasar?, ¿qué pasar? -preguntamos todos, muy excitados.
-La rana -farfulló el cazador-, pero huir corriendo.
-¿Tú no poder agarrarla? -inquirió Jacob, furioso, entre el castañeteo de sus dientes.
-Correr en dirección a masa -dijo el cazador, señalándome.
Aún no había terminado de hablar cuando sentí que algo se movía junto a mis pies descalzos, así que me agaché y busqué frenéticamente bajo el agua. En el mismo momento, Jacob emitió ungrito estridente y se zambulló en el agua, mientras uno de los cazadores intentaba atrapar comopodía algo que nadaba entre sus piernas. Toqué con la mano un ~ cuerpo liso y rechoncho que escarbaba en la arena cerca de mis pies y lo agarré; al mismo tiempo Jacob emergió del agua, escupiendo, jadeando y agitando un brazo en señal de triunfo mientras apretaba en la mano una voluminosa rana. Vino hacia mí, salpicándolo todo de agua, para enseñarme su captura y cuando me alcanzó, yo ya me enderezaba con mi propia presa en las manos. Eché una rápida ojeadaentre mis dedos y vislumbré las gruesas ancas de la rana cubiertas por una espesa capa de una sustancia parecida al pelo; era una rana peluda. Entonces miré la captura de Jácob y vi quetambién había atrapado una. Después de felicitarnos mutuamente, metimos con mucho cuidado nuestras ranas en una honda bolsa de tela suave y atamos bien el cordón. Unos instantesdespués, el cazador que buscaba con frenesí entre sus piernas se enderezó con un grito de alborozo, agitando por la pata otra rana peluda.
Era evidente que ya se había hecho demasiado tarde para continuar la caza, pero me sentía satisfecho de los resultados. Mientras los africanos se ponían cuc1illas sobre las rocas, riendo y charlando, para fumar los cigarrillos que yo había distribuido, me sequé apenas con el pañuelo y me vestí con mis prendas, empapadas por el rocío. No obstante, en la euforia del triunfo no me importaba la fría humedad de mis ropas ni el dolor de cabeza. Sumergí en el agua la bolsa que contenía las ranas peludas hasta que estuvo bien mojada y fresca; entonces la envolví en hierba húmeda y la coloqué en el fondo del cesto.
Los cazadores, felices porque las actividades nocturnas habían sido coronadas por el éxito, entonaron una canción mientras bajaban en fila india por el sendero; los sirvientes se sumaron alcoro y Jacob marcó el ritmo golpeando con los dedos una lata del equipo de recolección, a guisa de acompañamiento. Así regresamos a Bafut, cantando a pleno pulmón, mientras Jacobimprovisaba ritmos cada vez más complicados en su tambor casero.
Mi primer trabajo, cuando por fin llegamos a casa, fue preparar una caja de hojalata bastante profunda para alojar a las ranas; la llené de agua fresca y coloqué unas cuantas piedras en elfondo para que sirvieran de escondite. Asigné dos ranas a esta caja, y metí la tercera en un grantarro de mermelada que puse sobre la mesa mientras desayunaba para poder contemplar mi captura con ojos admirativos entre bocado y bocado.